

Con Serguéi Dovlátov uno tiene la sensación de que era la clase de escritor que sabía aunar el talento para la observación de un Chéjov con el dibujo rápido, casi caricaturesco, de las bajezas y miserias de la condición humana. Esto se podría traducir en que uno llega a sus libros buscando una especie de doble gratificación: a un lado queda esa sensación de melancolía, cuando no desazón, por un país, la Unión Soviética, que tritura el alma de sus ciudadanos para convertirla en papilla ideológica. Si eres un espíritu libre, no te queda otra que acabar en la cárcel, el exilio, el alcoholismo, la pobreza de solemnidad o todo eso junto. Al otro, definitivamente, quedan esos zarpazos de humor y sátira con los que Dovlátov recuerda la demencial Rusia en la que vivió la mayor parte de su vida…