“Hagan todo lo posible para cultivar todo aquello que los distinga de los demás”. Eso dice Eduard Limónov en El libro de las aguas. Él ha hecho y ha sido casi todo. Este martes se disponía a bañarse en las aguas del Mediterráneo. No parece nada excepcional para este poeta, novelista, político, periodista, guerrillero, atracador, preso, chapero, mujeriego, fascista, estalinista, punki, dandi, indigente… Pero así cumple, a los 76 años, su vieja promesa de 1972 de tomar el baño allá donde ha podido y le ha llevado su increíble periplo vital.

Tan increíble que cuando Emmanuel Carrère publicó hace seis años su célebre novela Limónov, que propulsó la popularidad del escritor ruso, muchos lectores pensaron que se trataba de un personaje de ficción. Pero ahí está, sentado frente al mar, flaco, fibroso, tranquilo, risueño pero categórico en sus juicios, sin pudor, con una perilla canosa a lo Lenin, reposando el arroz con mero que acaba de probar recién llegado de Moscú, mientras apura una copa de vino blanco.

“Cada cosa tiene su tiempo, eso es todo. Hay uno para las tetas y los muslos de Maggie, reina de la cocaína, y otro para el fusil de asalto Kalashnikov”, apunta en un capítulo del libro editado por Fulgencio Pimentel (y traducido por Tania Mikhelson y Alfonso Martínez Galilea). Lo escribió durante su estancia de más de dos años en prisión…
Ver artículo original
06/06/2019
El País