No es por casualidad que sus viñetas, siempre inquietantemente fascinantes, parezcan retablos de una macabra orden religiosa o lo que un Franz Kafka que hubiese crecido leyendo a Lucky Luke hubiese dibujado, dando rienda suelta a su idea del absurdo y de la condena del ser humano que jamás encajará en la masa. Olivier Schrauwen (Brujas, 1977) es, con permiso de Chris Ware, el dibujante que más lejos ha llevado la historieta contemporánea, hasta el punto de que cada cosa que toca, empezando por el bizarro Mi pequeño (Fulgencio Pimentel, 2018) y pasando por el imprescindible Arsène Schrauwen (Fulgencio Pimentel, 2017), es casi una pieza de arte de vanguardia.

Creció rodeado de viejos libros ilustrados; lo cuenta sentado en una de las piezas de viejo mobiliario que hay en un amplio espacio de la fábrica Fabra i Coats de Barcelona. Fue uno de los invitados estrella del pasado GRAF, festival de cómic de autor y edición independiente, celebrado en la capital catalana.

“No fui consciente hasta la adolescencia de que los cómics con los que había crecido eran de los años cuarenta. Recuerdo que había una reproducción de un cuadro de Magritte en mi habitación de niño…
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02/05/2019
El País