Libros para un confinamiento (IX)

ALGÚN DÍA NAVEGAREMOS
Antes de esto nuestras vidas ya eran mustias, lánguidas y muertas de aventura. No se explica si no que, cuando el confinamiento empezó, muchos tomaran como ejemplo las rutinas de los freelancers, expertos en las tiranías y bondades del teletrabajo, en lugar de pensar en los navegantes. Nadie pensó en aquellos que surcan la inmensa soledad del océano o atracan sus pequeñas casas flotantes en mundos aparte. Los marinos nos llevaban ventaja de largo: ellos saben lo que es vivir en un espacio limitado y también conocen el aislamiento. Seres duros, preparados para situaciones límite, seres con piel de salitre que se ven obligados ahora a echar el ancla y a hermanarse con esta sociedad infecta (de ocio, de hastío, de desaliento) en tierra firme. Nosotros, desde puerto, volvemos a recurrir a sus historias, que si bien antes nos embaucaban como el rugido que brota del hueco de una caracola, ahora nos inspiran aún más nostalgia del navegar, de perderse uno en la mar y adiós muy buenas.

Existe por suerte una bibliografía inagotable para saciar esa nostalgia. Tenemos editoriales maravillosas como Llaut/Llagut; colecciones esenciales, como la dedicada a los libros del mar por la editorial Renacimiento; disponemos incluso de fabulosas librerías náuticas como Izaro (Bilbao), Robinson (Madrid) o San Esteban (Gijón); y, por supuesto, tendremos siempre los relatos de los Conrad, London, Melville, Hawthorne y un interminable etcétera de autores menos celebrados pero igual de apasionantes que los primeros. Es nuestro deber, por eso, afrontar el tema de forma oblicua, para cuando hayan agotado los anaqueles de todos los mencionados.

Vamos con una de piratas, pero sin edulcorantes: Guy, retrato de un bebedor fue, según la ACDCómics, uno de los mejores tebeos de 2019, el año en el que fuimos unos ingenuos. Olivier Schrauwen se unió con Ruppert & Mulot para narrar la desgraciada historia de un genuino pirata, borracho despiadado, amoral, sin pizca de sobriedad ni sentido común. ¿Cómo se puede ser tan malo y tan tonto al mismo tiempo?, nos preguntamos. Marino accidental, torpe y cantarín, nuestro Guy devuelve a la piratería su maldad y depravación original. El lector será partícipe del asco y las risas culpables, sumergido en un mundo psicodélico de tonos malvas, rosas y añil, y trazo abierto y desatado como fuegos de artificio; una historia de aventuras con resonancias clásicas y hechuras modernas que es a la vez la unión insólita de tres de los mejores dibujantes de cómics del mundo.

Confinado y en un raro estado de gracia escribió Eduard Limónov El libro de las aguas durante los tres años que permaneció encarcelado en una prisión militar. En opinión de muchos, entre ellos su biógrafo Emmanuel Carrère, comparte con su Diario del perdedor el privilegio de ser el libro más hermoso y audaz de Limónov. El escritor y activista ruso quiso evocar su copiosa batería de vivencias al límite, desatendiendo esta vez cualquier continuidad cronológica o geográfica, y utilizando el agua —mares, ríos, lagos, estanques, piscinas, saunas— como único elemento conductor. Crudo y poético en su escritura, hombre de acción y sufriente enamorado en la vida, cuando menos controvertido en lo ideológico, Limónov describía con estas palabras el contenido de El libro de las aguas: «He tratado de pescar en el océano del tiempo las cosas verdaderamente esenciales para mí; y releídas las cuarenta primeras páginas del manuscrito, no he podido hallar más que guerra y mujeres. Fusiles y semen en los orificios de mis hembras amadas: he ahí el modesto resumen de mi vida». Nos atrevemos a decir que su publicación y la consecuente visita a España de su autor también fueron uno de los hitos de 2019. Este año soñábamos con volver a comer panchitos con él, que llegaba con otro título bajo el brazo. Pero las desgracias nunca vienen solas y, coincidiendo con el comienzo de la cuarentena, tuvimos que dar la noticia de su fallecimiento, con 77 años, por complicaciones derivadas de una operación. Descansa en paz, comandante en jefe, tú que no la conociste (ni la concediste) en vida.

Nos zambullimos ahora en un océano bien distinto para enjuagarnos las penas de la mano de Curiosón, quien, con su traje de buzo del siglo XIX, bucea para explorar los secretos y maravillas que se esconden en las profundidades. Si Jim Curious, su hermano más reciente, nos obliga a recordar las aventuras selváticas de Emilio Salgari y los grabados del mismísimo Doré, Curiosón. Viaje al corazón del océano nos retrotrae a las Veinte mil leguas de viaje submarino, de Julio Verne, «leídas» a través de las gafas 3-D que incorpora este álbum de gran formato (dos pares de gafas, nos pusimos generosos, para que niño y adulto puedan disfrutar juntos). En su fantástico viaje subacuático, nuestro joven protagonista viajará junto a criaturas grandes y pequeñas, adorables y peligrosas; descubrirá galeones hundidos e incluso antiguas y misteriosas ciudades sumergidas, que ya son dignas de perdición en 2-D, pero que, con el añadido de otra dimensión, convierten la experiencia en una ensoñación que nos invita a buscar Atlántidas perdidas y, de nuevo, ay, a soñar con el verano.

Sacamos, por fin, la cabeza del agua y oteamos una playa en el horizonte. ¿Qué es esto? ¡Estamos en Sète, y sin haber consumido sustancias de ninguna clase (de eso hablaremos en otra carta)! Aquí, en este pequeño pueblo de la región francesa de Languedoc, descansan dos poetas: Paul Valéry y George Brassens. Este último pidió machadianamente en su Supplique pour être enterré sur la plage de Sète que lo enterrarán en «une bonne petite niche», en la playa de La Corniche, cerca de los delfines y bajo alguna especie de pino, para convertirse así en un «eterno veraneante que se pasea en hidropedales sobre la playa, soñando, y que pasa su muerte como si fuesen unas vacaciones». No pudo ser (su sepultura está en el Cimetière le Py), pero amigos de todo el mundo continuamos rindiéndole honores aquí, allá o acullá, incluido Joann Sfar, quien comisarió en 2011 la gigantesca exposición retrospectiva que dio lugar a nuestro libro. Acompañado de textos de Juan de Pablos, Luigi Landeira, Patricia Godes y Vicente Fabuel, Brassens, la libertad es el homenaje definitivo a quien fuera uno de los mayores exponentes de la chanson y la trova anarquista del siglo XX, un vademécum a ratos delirante, formado por más de un centenar de retratos y alrededor de ochenta páginas de puro tebeo que comienzan como una autoparodia del propio Sfar, para acabar ahondando en el lado más íntimo de su Brassens, que es nuestro Brassens. ¿Y qué cantaba el ídolo en la última estrofa de Les Copains d’abord? Helo, en traducción de otro que también es «nuestro», el poeta Paulino Lorenzo:

He ido en muchos barcos, pero solo
uno aguantó los golpes, uno solo
nunca cambió de rumbo;
navegaba sin prisa, sin abrigo,
sobre el mar del los patos. Se llamaba
«los amigos primero», se llamaba
primero, los amigos.

Ese navegar sobre el «mar de los patos», que es el qué dirán, nos ha guiado toda la vida. Pero no nos libra ahora de ponernos sentimentales. Os queremos tout’s voil’s dehors (a toda máquina).

23/04/2020
Fulgencio Pimentel