Libros para un confinamiento (IV)
Libros para un confinamiento (IV)
EL CINE SOBRE PAPEL
«Ahora el cine es solo un sueño», decía Alfredo en Cinema Paradiso, muchos años después de quedar tostado y ciego. En los confusos y extrañamente lejanos primeros días de marzo, una noticia nos dejó atónitos: los cines solo venderían entradas hasta completar un tercio de su capacidad, y además ampliarían la distancia entre los espectadores. Al acto paradójicamente íntimo de reír o llorar entre completos desconocidos, se imponía la llamada «distancia social». En los días previos a la hecatombe, la experiencia de acudir a una sala se volvió engañosa y rara: nos molestaba no tener cerca el codo del vecino. Por suerte o por desgracia, la agonía solo duró eso, unos pocos días. Ahora los cines están cerrados. Ni siquiera la Guerra Civil lo consiguió.
En su lugar, las plataformas de streaming viven otro momento de gloria. Y los libros, ni peores ni mejores, siempre alejados de las cifras millonarias en las que se solazan sus universos hermanos, nos ofrecen estos días esa «otra cosa», que no es otra que la misma «otra cosa» de siempre: el camino más directo a la mente, la sensibilidad, la memoria y el conocimiento de los otros. Por supuesto, la gracia del asunto es que los libros abarcan todos los temas. ¿Cómo no iban a abrazar y a dejarse influir también por su gran enemigo?
¿Qué les traemos para empezar? La gran vida. O lo que es lo mismo, las memorias de un Michael Caine aún más adorable de lo que ya es Michael Caine: un Michael Caine con 77 años. «Esta es la historia de un hombre que pensaba que todo había acabado y que descubrió que no era así». Debe de ser complicado envejecer y dejar de ser Alfie, a no ser que interpretes a Alfred Pennyworth en la saga Batman de Christopher Nolan, o que ganes tu segundo Óscar gracias a Las normas de la casa de la sidra. No obstante, los fans históricos de la estrella de metro noventa, rizos rubios, sonrisa helada y párpados pesados como yogures Pastoret encontrarán aquí jugosas anécdotas ambientadas en las casi nueve décadas de vida del actor, sin olvidar sus orígenes peleones en el humeante Londres de los años 30 y 40. Estas memorias son, seguramente, el artefacto más pop que hemos editado, si entendemos por «pop» todo aquello que solo resplandece de verdad en el expositor de un aeropuerto.
Volviendo al presente, un retorno al pasado. ¿O no? En realidad no estamos seguros de que el wéstern envejezca. Su tiempo es único, un ahora como en el que estamos atascados en estos días de futuro improbable. Esto no lo sospecharía Manuel Marsol cuando publicamos su Duelo al sol. Marsol dibuja en este álbum un dilatado, tenso y atípico duelo entre un indio y un vaquero que no tendrán más remedio que entenderse, para felicidad de los más canijos de la casa. Precisamente Marsol, junto al gran Javier Sáez Castán, ha vuelto a ser premiado en la Feria del Libro Infantil de Bolonia por Mvsevm —un álbum ilustrado inclasificable con reminiscencias de Psicosis y La mujer del cuadro—, esta vez en la categoría especial de Cine. Un premio que las circunstancias les han impedido recibir personalmente al cancelarse definitivamente el festival de este año. Pero eso ya lo sabemos, estamos hartos de saberlo.
De referencias cinematográficas va también sobrada Mirena Ossorno en Sensación de vivir, un cómic tan influido por la hemoglobina del cine slasher como por el anime japonés para público femenino de los noventa, aunque a nosotros nos gustan especialmente sus reminiscencias de la dirección artística de muchos filmes de la «cultura del pelotazo» de la segunda mitad de los ochenta. Todo eso y más aparce aquí engarzado en una mirada personalísima hacia los avatares de tres amigas: Amanda, que por las noches, asesina a hombres al azar; Bárbara, que no se aclara con Jorge; y Julia, a la que no le viene la regla, pero prefiere callar y hacer como si nada. Un cómic que sigue provocando reacciones dispares y una autora inclasificable que se toma su tiempo, porque es oro, y que todavía dará mucho que hablar.
Terminandito ya, no se nos ocurre un ejemplo de «cine sobre papel» más palmario que un verdadero artilugio audiovisual creado sin la ayuda de cámara ni lente alguna. Esto no es un making of, de Clara León, es precisamente lo que niega su título: un making of. Solo que mucho más colorista y chispeante de lo habitual. Clara se coló en un rodaje de Fernando Trueba y convirtió la experiencia en un álbum ilustrado que es también todo un catálogo de los oficios cinematográficos y el mejor «contenido extra» que una película podría soñar. Como única fatalidad: que resulta difícilmente degustable en DVD; ni siquiera en la plataforma digital más pija y exclusiva, porque está hecho de tinta y papel. Se toca, se huele, se cubre uno la barriga con él. Se presta. Se guarda como un tesoro.
Otros peliculones:
«Oh…», de Phillipe Djian (adapatado al cine en Elle, la multipremiada película de Paul Verhoeven)
Pequeño Vampir, de Joann Sfar (convertido en un largometraje dirigido por el propio Sfar, ahora mismo en proceso de posproducción)
¿Por qué nos gustan las guapas? y ¿Son de alguna utilidad los cuñados?, de Rafael Azcona (¿hay algo que añadir de él?)