3/11/2020 – 

VALÈNCIA. Con todo esto de la pandemia, está claro que van a aparecer, en los próximos meses, una cantidad considerable de publicaciones en forma de diarios, dietarios y autoficciones varias, por tierra, mar y aire. Esto es así. A poco que uno asome el pico en Twitter podrá leer la avalancha de reflexiones, chascarrillos, críticas y frases motivacionales o catastrofistas, movidas por el impulso humano, demasiado humano, de trascender, de formar parte, de decir la propia y —¿por qué no?— de expresar el miedo de una forma catártica.

Dicen que más vale lápiz corto que memoria larga. Y aunque ahora las gentes de la hierba mala se afanen en borrar los versos de Miguel Hernández o la cita de la carta de despedida de Julia Conesa, una de las Trece Rosas —“que mi nombre no se borre en la historia”—, la palabra escrita, aunque les fastidie, siempre hace por vivir, a pesar de los intentos por silenciarla en una suerte de recuperada damnatio memoriae: el cruelísimo y antiguo castigo de eliminar todo rastro de una persona y de su paso por el mundo.

Saben los sociólogos y los historiadores lo importantes que son las “historias de vida”, los testimonios de los nadie, de aquellos hombres y mujeres…

Ver artículo original
03/11/2020
Valencia Plaza