«… Encima se quejan, encima exigen una vida mejor… ¡Y, mientras, toda esta comida tirada por los suelos!». Doblé las rodillas y escarbé con la mano en el revoltijo de hojas y raíces húmedas. Pesqué dos limones de la caja; uno tenía la piel levemente maculada, pero el otro estaba tan fresco como si hubiese caído allí directamente del limonero. «¡Tirar frutas intactas! Está claro, el aprensivo consumidor parisino no pasará por alto unos pocos limones imperfectos… ¡La civilización los está malcriando a todos!…».

Sin embargo, no había tenido tiempo de malcriarme a mí, que hundía la mano sin reparo alguno en la caja de los desechos de la frutería. (…) El dinero traído de América se había esfumado hacía tiempo. Patológicamente orgulloso, me mantenía con mis honorarios de escritor. En comparación…

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21/08/2020
Babelia