El escritor que se llevó Rusia en una maleta
“¡La mayor desgracia de mi vida ha sido la muerte de Anna Karénina!”, manifestó una vez Serguéi Dovlátov, novelista de “natural dulzura y bondad” que era incompatible “con el ambiente circundante, ante todo el literario”. Con estas palabras, Joseph Brodsky recordaba a su amigo, y compañero de exilio, con motivo del primer aniversario de su repentino fallecimiento en Nueva York en un artículo titulado “El mundo es monstruoso y la gente es triste”. En esa nota necrológica, el aclamado poeta añadía que su paisano —ambos crecieron en Leningrado, una ciudad en ese momento ya inexistente— era un escritor que no hacía tragedias de las cosas que le pasaban, “porque la tragedia no le convenía (…). Era admirable sobre todo justamente por su rechazo de la tradición trágica de la literatura rusa”. Con esa confesión sobre cuáles eran sus sentimientos por la heroína de Tolstói, Dovlátov acuñó una de las mejores formulaciones posibles sobre una manera radical de entender vida y literatura como una lúdica simbiosis. Ávido coleccionista de curiosidades y curtido cazador de anécdotas, fue un gran exponente del arte de trasladar las experiencias vitales a las páginas de sus relatos y novelas, teñidos de un escepticismo irónico en el que emerge la absurdidad humorística de la vida y un estoico acatamiento de esa fuerza ajena llamada destino.
A Dovlátov le estamparon en su pasaporte el sello de salida de la Unión Soviética en 1978, finalmente resignado a convertirse en un escritor en tierra ajena: en La maleta entonó un canto nostálgico a la patria perdida. Decidirse a coger el petate no le resultó fácil, pese a estar continuamente en el radar de la policía secreta —su expediente era “más pesado que el Fausto de Goethe”— y vetado para ejercer cualquier empleo, tras dos arrestos y problemas con “el eterno acompañante del escritor ruso: el alcohol”. En su novela Zapovédnik (hasta ahora inédita en español y recién publicada en España y Argentina con los títulos de Retiro y La Reserva Nacional Pushkin, respectivamente), el alter ego del autor, un tipo socarrón de Leningrado de nombre Borís Alijánov, acuciado por las deudas, recién divorciado e inveterado dipsómano, va en busca de trabajo como guía turístico al museo-reserva consagrado a Pushkin…