El hombre sin amor, de Eduard Limónov (Fulgencio Pimentel) Traducción de Tania Mikhelson y Alfonso Martínez Galilea | por Juan Jiménez García

 

Eduard Limónov murió y eso es lo que le quedaba por hacer. En esta nueva normalidad, qué sitio podía haber para alguien que no llegó a conocer ni la vieja, ni ningún otro tipo de normalidad. No logro imaginármelo si no es el bando contrario. ¿Contrario a qué? A cualquier cosa, poco importa. Siempre en los márgenes, más o menos estrechos, siempre contradictorio. Eso y su contrario. Estaría tentando a decir que solo creía en sí mismo, pero lo cierto es que tampoco parece que esto sea así. Podríamos usar el término tan sufrido de agitador y eso sería cierto, aunque sea como agitador de sí mismo. En un mundo de paradojas, él, escritor en primera persona, exponente máximo de la literatura del Yo (así, con mayúscula), autor de innumerables obras sobre su vida y algo que podría haber sido su vida, acabó siendo conocido por el libro que escribió otro. Francia entendió bien que su existencia era y sería una ceremonia de la confusión. A su primera novela, Soy yo, Édichka, le cambiaron el nombre por algo con más gancho (?): El poeta ruso prefiere los negros grandes (lo cual, por algún misterio, me recuerda cuando René Viénet cogió una película de kung-fu y la cambió por el doblaje, poniéndole de título ¿Puede la dialéctica romper ladrillos?). Pero vayamos a lo que íbamos: El hombre sin amor. Fulgencio Pimentel, que ya había editado El libro de las aguas, nos trae ocho relatos (ocho sobre ochenta… no olvidemos su desbordante obra, todos los géneros confundidos). Y no solo eso. Contiene un Limónov, instrucciones de uso, a cargo de su traductora, Tania Mikhelson: Corpus L. Lugar inevitable por el que deberemos pasar, de ahora en adelante, para entender un poco mejor a este poeta de los lugares equivocados….

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02/11/2020
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