Tiene aspecto de viejo moderno —alto, delgado, barba y pelo grises y bien cortados “a lo Trotsky”, gafas de pasta, pantalón de mezclilla, chamarra de cuero (que no deja ver la granada tatuada en un brazo)—, pero Eduard Limónov avanza por el Parque del Retiro sin llamar mucho la atención. Bajo un sol furioso, camina dispuesto a contar las batallas de su vida ante un puñado de personas y luego a encerrarse, con resignación, durante un par de horas en una de las casetas montadas a lo largo de todo el Paseo de Coches (el espacio del parque donde año tras año, desde hace 78, se lleva a cabo la Feria del Libro de Madrid), para dedicarle a sus lectores alguno de sus libros autobiográficos, incluido el más reciente editado en español, El libro de las aguas. El autor no ha llegado a España directamente de Moscú, sino de Valencia donde, a sugerencia de sus editores, se bañó en el Mediterráneo para ver si luego escribe algo sobre este cálido mar.

Limónov saltó a la fama en Occidente gracias a la novela biográfica o biografía novelada escrita hace casi una década por Emmanuel Carrère, en la que aparece como un personaje desmesurado y estrafalario, salvaje y paradójico, pendenciero y ambiguo, escurridizo y estrambótico, héroe romántico y majadero abominable, fascinante y detestable a partes iguales. Limónov, sin embargo, ha venido aquí para dejar claro que, a excepción de él, nadie puede retratarlo: “Carrère ofreció su visión de mí, una obra inspirada en mí, pero no soy yo, no me reconozco. Aunque le estoy agradecido porque lo hiciera. Tengo otros amigos que decían que iban a escribir un libro sobre mí, pero no lo hicieron. Carrère, además, es muy diferente a mí; él es un representante de la burguesía francesa, y yo no”, dijo en una carpa del Retiro, durante la presentación de El libro de las aguas…

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14/06/2019
Milenio