Poco (nada, más bien) puede hacer el clásico etiquetador compulsivo para intentar asignarle una catalogación a la obra de Jim Woodring (Los Ángeles, 1952), uno de los autores más sugestivos que ha dado el cómic americano en las últimas décadas. Incomprensiblemente inédita en nuestro país, la obra de Woodring comenzó en el género autobiográfico, como muchos otros autores que se iniciaron en la década de los ochenta, siguiendo el camino de Justin Green y su carismático Binky Brown meets the Holy Virgin, en el que la exhibición de la propia vida se acompañaba de simbolismos oníricos como herramientas de reflexión. Jim, su primer comic-book, publicado en 1980, parecía marcar esa línea con rigor, pero pronto se apartaría para ahondar de forma radical en el espacio de las alucinaciones y terrores nocturnos que afirma el autor padeció de niño, alternando entre realidad y delirio para construir un feroz y despiadado autoflagelo. Poco a poco, esa deriva fue creando un espacio personal y hermético, un universo de leyes y reglas definidas que precisaba un paso adelante drástico: la propia exclusión del yo para crear un nuevo protagonista que se adaptara a este nuevo escenario. En 1990 aparece por primera vez Frank, llamado a ser el primer habitante de Unifactor, el universo creado por Jim Woodring.

No es difícil establecer conexiones entre el Krazy Kat de George Herriman y esta obra, más allá de la condición felina (supuesta, ya que en ningún momento se llega a afirmar como tal) de sus protagonistas: si el condado de Coconino es un escenario en perpetua mutación, Unifactor es un mundo de objetos en constante evolución; el surrealismo protagonista; el cerrado elenco de personajes de la serie de Herriman es también reproducido en la serie de Woodring… Sin embargo, la lectura de Frank aleja ambos mundos y obliga a pensar en la extraña coincidencia del absurdo y el nonsense surrealista en espacios comunes que, quién sabe, quizás tengan existencia real. Es una evolución natural, una prolongación lógica al futuro en el que tampoco es difícil encontrar un claro entronque con la tradición del guiñol (uno de los personajes recurrentes, Whim, puede asemejarse a una extraña versión deificada de Mr. Punch) extendida a los cánones del dibujo animado marcados por los Fleischer, Disney, Avery o Jones. La figura antropomorfa de Frank, claramente basada en los personajes clásicos de la animación, contrastará como elemento disonante en un…

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05/02/2011
El País