Serguéi Dovlátov

Serguéi Donátovich Dovlátov (Ufa, URSS, 1941–Nueva York, 1990) es posiblemente el más grande escritor ruso de los últimos 50 años. Hijo de un director de escena judío y una actriz armenia que terminaría ejerciendo como correctora periodística, pasa gran parte de su vida en San Petersburgo. En su juventud estudia en una escuela de arte y trabaja en una imprenta, y posteriormente se matricula en la Facultad Estatal de San Petersburgo para estudiar finés, siendo expulsado dos años después. Cumple entonces con los tres años de servicio militar obligatorio, uno de ellos destinado como guardián en un campo de prisioneros en Komi. Es entonces cuando comienza a escribir los textos que, con el tiempo, compondrían una de sus novelas, La zona.

Tras cumplir el servicio militar regresa a San Petersburgo con la firme intención de convertirse en escritor, aunque desempeñará diversas ocupaciones: negro literario, ayudante de escultor, periodista, secretario. Trata de mantenerse al margen del sistema soviético, evitando la confrontación pero sin doblegarse, de modo que aunque no consigue publicar en editoriales al uso —recibe cientos de cartas de rechazo—, su fama como escritor se extiende en los círculos literarios de la época y entabla amistad con diversos literatos, entre ellos Joseph Brodsky. Dovlátov deja constancia de estos años de formación en Oficio. A principios de los años setenta emigra durante tres años a Estonia, donde se vive una relativa libertad en comparación con Rusia. Allí trabaja como periodista y está a punto de publicar su obra literaria por primera vez, hasta que la KGB confisca algunos de sus relatos en una redada, destruye las galeradas de imprenta del que habría sido su primer libro y hace que lo despidan del periódico en el que trabaja. El reflejo de aquellos años quedará plasmado en otro de sus libros futuros, El compromiso. Por esa época su relación con el alcohol ya es problemática, ya que, en sus propias palabras, “no sabe parar”.
Regresa a San Petersburgo y el ambiente represivo y la falta de expectativas artísticas y económicas lo animan a aceptar un trabajo como guía turístico en el museo Pushkin, etapa que se recoge en su novela Retiro. Aproximadamente en esta misma época se publican algunas de sus obras en el extranjero y se transmiten por las ondas a través de Radio Libertad. Su exmujer, con la que mantiene buenas relaciones, decide emigrar a Estados Unidos y lo anima a seguir sus pasos, pero Dovlátov se resiste: su patria es su lengua y no se concibe en un lugar donde no se hable ruso. Continúa elaborando su literatura de base autobiográfica y depurando su peculiar estilo, pero la presión del gobierno soviético sobre su persona es cada vez mayor y, ante la desesperación de no ser publicado, capitula y emigra a Estados Unidos a finales de los años setenta.

Parte de sus manuscritos llegan a Estados Unidos microfilmados y transportados por algunos amigos. Otra parte se pierde. En sus primeros años en Estados Unidos se dedica a reescribir su obra y a alimentarla con nuevos textos, como los que darán lugar a La maleta, Los nuestros o La extranjera, en los que en ocasiones se repiten personajes y anécdotas. La obra de Dovlátov es, básicamente, la reescritura de sí mismo y su entorno más cercano en un intento de alcanzar la máxima perfección literaria posible, entendida en su caso como una mezcla de minimalismo, concreción, ironía y cadencia musical del lenguaje escrito. Curiosamente, el estilo de Dovlátov prefigura en gran medida el modo en que se habla hoy en día el ruso.

En Estados Unidos también se reúne con su exmujer y su hija, y a través de la mediación de su viejo amigo Joseph Brodsky comienza a publicar en The New Yorker. Llega a ser redactor jefe del periódico ruso The New American y publica doce libros, entre novelas y colecciones de cuentos. Dovlátov muere mientras es transportado en ambulancia al hospital tras sufrir un ataque cardíaco. No había cumplido aún los cincuenta años y ninguna de sus obras había visto aún la luz en su patria.

Su tono es el de un individuo que no se resigna a ser encasillado como víctima, que no está obsesionado con aquello que lo hace diferente. […] Dovlátov es admirable justamente por su rechazo de la tradición trágica de la literatura rusa. Su dulzura y su bondad son incompatibles con el ambiente circundante; ante todo, con el literario.
Joseph Brodsky