Con 12 años, Andrea Pazienza dibujó su funeral. Retrató los rostros de sus padres, excavados por el dolor. Esbozó un ataúd llevado a hombros, mientras varios cuervos y un buitre lo sobrevolaban. Y añadió un mensaje inequívoco: “Andrea ha muerto”. Aunque, entre la multitud desesperada, también diseñó más de una cara sonriente. Su madre, confusa, le preguntó por qué.

—Mamá, siempre hay alguien que se alegra.

Cuando Giuliana Di Cretico confesó aquel recuerdo al semanario Il Venerdì, en 2013, aseguró que era “un dibujo profético”. En efecto, ayuda a explicar quién fue Andrea Pazienza: ahí están el talento innato, la ironía, la fe en sí mismo o el destino sentenciado. Sin embargo, no hay marco que encierre un retrato completo del artista. Entre otras cosas, porque dedicó su carrera a superar cualquier límite: se mantuvo fiel solo a su canon, mientras demolía todos los demás. “Desbordante”, lo define al teléfono la que fue su esposa, Marina Comandini. Junto con el trabajo artístico, los viajes o la pasión por los animales, ambos compartían el día de nacimiento: 23 de mayo…

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24/05/2020
El País