Sentir lo propio, sentir lo ajeno
¿Cómo sentimos la vida? Es, evidentemente, una pregunta retórica: toda la filosofía que ha sido y será ha intentado dar respuesta a esa simple pregunta que ha llevado a la humanidad a refugiarse en el cómodo abrazo de las religiones o en la desesperación de la angustia. Sentir el presente de la vida es tomar consciencia del regalo envenenado de su finitud, del aparente absurdo que nace de nuestra necesidad de causalidad, de entender que las cosas que nos pasan tienen una razón de ser. Ser consciente de la vida es, quizás, simplemente ser consciente de ese camino de azar cotidiano. En Nadie como tú (Fulgencio Pimentel), la chilena Catalina Bu aborda esa realidad de las pequeñas cosas, de ese día a día que no tiene más sentido que encontrar un mañana: «Entonces la vida es más o menos así. Pasan cosas en orden aleatorio, se van acoplando, haces cosas urgentes, armas planes, te mantienes ocupada, inventas que vas al banco. Pero en el fondo, al final, lo único importante es. ¿Estaré enferma? No quiero saber. Al menos tengo las uñas lindas», nos cuenta la protagonista. La angustia del día a día que impregna la obra, la presencia constante de la muerte, del dolor de vivir, es extrañamente amable en el discurso de Bu. Resignarse a la realidad de la vida no es hundirse en el fango de la depresión, sino aceptar que no hay respuestas, que tener las uñas lindas es algo tan importante e ilusionante como reunirse con amigas, que morir es solo el otro lado de vivir. Unos dibujos a lápiz, apenas…