A mediados de los ochenta pocas mujeres hacían cómics. Y, desde luego, ninguna se desnudaba en ellos de la forma en que lo hacía Julie Doucet (Montreal, 1965). Es sabido que las mujeres menstrúan, pero solo Doucet lo dibujaba. En sus historietas se autorretrataba desgarbada, automutilada, proclive a ensoñaciones (sexuales o no) extravagantes, exploradora de una identidad en construcción. Doucet era salvaje y tierna, frágil y ansiosa por encontrar su lugar en el mundo. Durante una década, desde 1988 hasta 1998, su lugar en el mundo fue Dirty Plotte (Chocho sucio), un fanzine que dibujaba, grapaba, fotocopiaba y distribuía entre las tiendas de Montreal a 0,25 centavos la copia. Había abandonado la Escuela de Bellas Artes. Era la prehistoria de la industria del cómic en Canadá. “Podías ser todo lo informal que quisieras. Irrespetuosa, imprudente, obscena… podías ser cualquier cosa porque no tenías que rendirle cuentas a nadie”, recordaba en 2014, en el prólogo del primer volumen de sus obras completas, Julie Doucet. Cómics 1986-1993 (Fulgencio Pimentel).

Aquellas aventuras radicales tenían un público y acabarían teniendo un editor en EE UU, Chris Oliveros, que produjo y distribuyó su revista en Drawn & Quarterly desde 1990 hasta 1998. Para mitigar la soledad de francotiradora que tenía en Montreal, Doucet se mudó a EE UU —sus experiencias alimentaron la serie Mi diario de Nueva York…

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25/10/2017
El País