Sería deshonesto no empezar esta historia contando que ya había hecho magia anteriormente: cuando era adolescente me fui con una amiga a un parque –en las recomendaciones del hechizo advertían que su potencia aumentaría al aire libre– a meter diversas cosas olorosas en un frasco de cristal. Todo es algo difuso en mi cabeza, no recuerdo lugar exacto, ni la edad que teníamos ni si hacía frío o calor, pero lo que es seguro es que se trataba de un conjuro de amor porque también metimos en ese potingue una foto de un chico. Al haber puesto alcohol en la mezcla, su cara quedó totalmente desfigurada a los pocos días.

Eso lo sé porque aunque he olvidado quién fue el afortunado en recibir el embrujo de amor –de verdad, lo juro– tuve aquel bote mucho tiempo después rondando por mi habitación. Para mi, el significado de ese amasijo de flores, hojas y líquido marrón era que me daba suerte y además me recordaba a mi amiga. Me deshice del bote en cualquier arrebato de tirar cosas, pero nosotras seguimos siendo amigas. “Make it last forever, friendship never ends” que cantaban las Spice…
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28/04/2020
Vice